viernes, mayo 30, 2008

El mundo avanza y la sociedad no

Ando leyendo minuciosamente cada palabra, insinuación, reflexión y subtexto del libro Sinuhé el Egipcio, una historia que se desarrolla en los tiempos del Faraón Amenhotep III y de su hijo Akenatón, y que nos muestra el punto de vista de un médico que se ve obligado a huir hacia Siria, desde donde hace un recorrido a través de lo que era el mundo conocido en ese entonces, alrededor del 1350 a.e.c., y que desde la primera página del texto hace un apunto bastante inquietante pero certero: pase el tiempo que pase, las culturas que pasen el mundo seguirá siendo el mismo, y la forma de comportarse de las personas no cambiará.
Es inquietante y real, el analizar costumbres sociales, religiosas y políticas de hace más de 4 mil años y darse cuenta que además de los aportes científicos y tecnológicos el mundo sigue siendo igual, está estancado socialmente.
Aunque haya pasado la Revolución Francesa y la de Mayo del 68, el comportamiento socialmente del hombre sigue siendo el mismo del antiguo Egipto, de las culturas babilónicas, hititas y cretenses. Las mismas dudas, los mismos ritos mortuorios y los mismos dioses (o dios) sin mayores cambios.
Es angustiante que después de tanto tiempo la sociedad aún siga siendo intolerante, abusiva y machista; ¿que ha habido cambios? Sí, pero con respecto a la barbarie heredada en la edad media que tiene su trasfondo desde las bárbaras costumbres del imperio Romano, legada a través del cristianismo a una sociedad reprimida por el clero en la nueva civilización occidental, Europa, la cual durante este tiempo no represento un verdadero avance a la sociedad, sino que alimentó el oscurantismo durante la edad media, en donde el pueblo era arrasado por la supuesta sangre azul y el poder en manos de la iglesia, en donde la pluralidad era castigada con la orca y el fuego, incluso hoy con el rechazo y el señalamiento.
Hoy más de 4 mil años después de sociedades antiguas que respetaban a la mujer, que inventaron la escritura y que inventaron los primeros mitos religiosos, hay mucho analfabetismo, maltrato contra los débiles y todavía se juzga a quien cometa la osadía de no bautizar a sus hijos o de no profesar ninguna religión, aunque en el papel político se proteja la libertad de pensamiento.
El mundo sigue siendo la misma mierda (y pido excusa por la primera expresión grosera en mi blog) y la gente sigue teniendo las mismas dudas de hace 6 mil años, más moralista e igual de crédula, llena de supercherías y un montón de mitos que ya ni siquiera sabe donde nacieron o por qué deben seguir creyendo en ellos.
Nuestra sociedad sigue estancada en el atraso del pensamiento, aunque hayan descubierto el genoma humano, que hay más sistemas solares y lo infinito del universo, aunque el Internet nos acorte distancias y tiempo a la hora de comunicarnos, seguimos siendo una cultura completamente enfrascada en dogmas, en paradigmas y en esquemas.
Hubo un faraón egipcio que fue tildado de loco porque contrarió la religión de la época, adorando un nuevo dios llamado Atón, cuyas cualidades y características son sorprendentemente similares a la del dios judeo-cristiano-musulman. Y hubo una tribu salvaje que vivía en el desierto que robaba aldeas por comida, la cual era llamada Khabiri, quienes adoraban a un dios de madera llamado Jehová o Jevú. Ambos anteriores al faraón Ramses II en cuyo gobierno fue el éxodo hebreo en manos de Moisés, quien creció, se educó con la concepción de la cultura egipcia.
Todos los datos referenciados están apoyados en múltiples lecturas.

domingo, mayo 11, 2008

Septiembre 9 del año en que dejé de respirar

Estoy en la puerta de mi vida y ahora decidirme a entrar o salir no es tan fácil como lo fue hace algunos años, cuando creía en el altruismo de las personas que se fundían en el mundo en el nombre del amor.
Sentado en esta cama doble me doy cuenta que ahora es demasiado pequeña, y que cada vez se encoje más en cuanto más crece el deseo de no querer ni acercármele a la que una vez amé.
Siempre fui paciente, traté de serlo toda la vida, era un convencido de la fuerza de la no violencia y creía en ella como la única forma de lograr la convivencia pacífica, pero este fue mi defecto, porque ella no lo concibió así. Mientras yo soportaba en silencio para no herirla, para evitar pelear, porque había cosas más importantes en la vida, ella aprovechaba cada oportunidad para fulminarme y restregar en mi autoestima cualquier cosa que le molestara de mí.
Era caótica, no podía vivir consigo misma, el simple echo de que aumentara o disminuyera la velocidad del viento era un motivo para que se le amargar el rato o los ratos, porque a cada momento sufría cambios de ánimo, por lo que opté por hablar cada vez menos para así evitar discusiones campales que nunca conducían a nada, porque nada de lo que yo le quería dar a entender lo entendía, cada palabra, cada sonido emitido por mi boca se transformaba velozmente en las intenciones ocultas que su entender prefería.
Cómo me daba rabia que tergiversara mis palabras y le pusiera falsas intenciones a lo que yo decía, pero en vez de violentarme me tornaba como un padre afectuoso o un profesor de preescolar, le explicaba dulcemente que eso no era así, que no tenía intención de herirla, que detrás de mis palabras no se escondían secretas intenciones como ella pretendía, que nosotros los hombres somos simples y directos y que eso de la intriga no iba conmigo, puesto que lo único que pretendía era vivir en paz.
Ahora estoy en el viejo banco de madera en el que solía acumular los libros que me faltaban por leer, tratando de organizar las ideas para no errar en mis decisiones. Hay actos ya realizados que ni con capas de pintura negra se podrían cubrir, estoy enredado en cruces de caminos en donde echar hacia atrás es tan factible como detener el tiempo. Además el amor ya está muerto, muerto.
La ansiedad está comiendo poco a poco lo que aún queda de mi cordura. Siempre me ha atemorizado equivocarme en mis decisiones, y ahora más que nunca necesito la claridad suficiente para ver las consecuencias de mis actos, aunque sinceramente ya no me importa que hecatombe pueda desencadenar.
Otra de las cosas que dinamitaron mi idealismo fue su ciego egoísmo, su pensar que todo lo podía con la plata y esto lo saldaba todo; yo en cambio no me aferraba a esto me preocupaba más ser feliz y me esforzaba porque ella entendiera que la vida era mucho más simple de lo que pensaba y que lo más importante era la realización personal, el desarrollo del individuo, pero sólo le importaba lo que pudiera afectar sus intereses y en esta medida daba su aceptación o su negación, como lo era la mayoría de las veces.
Nunca me entendió, no me comprendió, ahora me siento como un desdichado adolescente diciendo esto. Pasé cada segundo de mi vida hablando del mejoramiento del ser humano en su comportamiento y convivencia, en la necesidad de evolucionar hacia una sociedad libre de ataduras como motor principal en la búsqueda de la felicidad; en la necesidad de corregir los errores en nuestro comportamiento para no seguir metiendo los pies en el mismo charco de inmundicia en el que continuamente andamos; ante esto ella sólo me reprochaba que yo intentara siempre hacer las cosas bien o encontrara la forma correcta de las cosas. A mí en cambio me dolía en mi alma, si es verdad que ella existe, que no le interesara ser mejor persona y que se resistiera al cambio por la simple pereza de esforzar su cerebro a hacerlo o porque como siempre decía: “yo soy así y no voy a cambiar”.
Cuando percibía en la mujer que amé actitudes negativas hacia ella misma y hacia un mejor ser, cuando la escuchaba decir que ella no iba a cambiar, cuando sus reproches se basaban en cosas pasadas superadas y que ella no tienen lugar ni existencia, yo sentía como si me propinara un tiro en medio de mis ojos.
Este último pensamiento materializó imágenes en mi cabeza y retumba en mis oídos la voz del poeta maldito gritando: “deseo, angustia, sangre y desamor”. Lo que más me duele, no se si en mi ego o en la decepción, es que muchas personas que revoleteaban a mi alrededor entendieran el objetivo de ser mejores y que en ella eso se convirtiera en rabia porque no podía soportar que le dijeran que estaba equivocada y este era su mayor egoísmo, era ciega para reconocer sus errores, sorda e irreflexiva ante los consejos o sugerencias y testaruda al negarse a cambiar o simplemente a decidir ser mejor, no le importaba que yo tuviera que convivir con su imposible convivencia, pero si me saltaba al cuello cuando era yo quien cometía un error que a ella específicamente le molestara.
Era egoísta porque pretendía que se le aceptara y se le soportara su complicada forma de ser, mientras lapidaba a cualquiera que actuara de forma contraria a lo que ella convenía.
Aparto la idea del arma que guardo en el segundo cajón de mi mesa de noche, en este cuarto tengo todo lo que construí y me construyó, y me dolería que se conservara en unas manos que nunca entendió nada ni valoró la importancia de esto en un mejor vivir. Que estuviera en poder de una persona a la que lo único que le interesaba era lo que deambulara a su alrededor; una persona que siempre creyó que todo tenía un trasfondo de maldad y que nadie podría hacer algo realmente de corazón por otra persona; una mujer para la que no existió nunca los actos de corazón noble, las acciones desinteresadas, por eso creo que lo mejor es desaparecer con todo lo que hay en mi entorno y dejarle esta carta para ver si de una vez por todas logra entender que el mundo se gana con simplicidad y buena actitud, y que ahora después de esto el cambio es demasiado tarde. Aunque me llenaría de satisfacción si esto sirve para que aprenda ser feliz y convivir con el aire que respira.
Se que se dice mucho acerca del suicidio, y la cobardía que representa y bla, bla bla… también se que hay quienes dicen que no vale la pena fijar nuestra vida en otra persona, ni volverla dependiente, pero cuando se conoce el núcleo de la desesperación el autoestima y todo lo demás no le hace frente, la desesperación viene con el miedo, con el desengaño, con la frustración, con la impotencia.
Ante la desesperación no encuentro como pelear, ya ha destrozado todo lo que fui, llenó de minas las ilusiones que me llevaron a su lado. Llenó mis esperanzas con promesas que se olvidaron y desaparecieron apenas me le entregué sin más condiciones que vivir como lo habíamos dispuesto, pero no acabó conmigo y con todo lo que yo esperaba de ella, ya nada me importa, sólo soy confusión en mis delirios.
Me levantaré por fin de este banco, no a buscar el arma cargada de decepción de mi nochero, sino el tanque de gasolina que reposa detrás de la puerta de entrada a este oscuro y silencioso cuarto, con la cual espero incinerar mi corazón adolorido para que arda nuevamente ya que no volverá a arder de amor.

Septiembre 9 del año en que dejé de respirar.




Arturo Eladar B. Deveriux

lunes, mayo 05, 2008

En mi Cabeza

Debo confesar que cada vez estoy menos seguro del verdadero sentido de lo que me rodea, y no es que yo no le tenga sentido a mi vida o a mis cosas, porque tengo claro mi propósito de ser y estructurada mi creencia.
Debo decir que tengo fe que en lo que yo creo es la verdad, o por lo menos la verdad que he construido después de tanto indagar y reflexionar acerca de ella, y bajo esas estipulaciones baso mi bases de vida e interrelación con el mundo que me rodea.
El asunto es que el natural egocentrismo del ser humano me lleva a cuestionarme acerca de la veracidad de lo que creo o decidí creer, partiendo en que no creo en la veracidad de lo que me enseñaron a creer ni en lo que muchos otros creen.
Me aterra morir sin saber la verdad de todo lo que me rodea, partir estando equivocado. Fallecer y ni siquiera tener la posibilidad de darme cuenta que el alma no existía por ejemplo, o si sí existe enterarme que en todo lo que creí o me enseñaron era falso.
Aunque muchos se recuesten en la fe como respuesta, esta es tan artificial como todo lo que ha sido dado por la mano del hombre, el que yo crea fervientemente en algo no me da la certeza de que sea real. La complejidad de la naturaleza y la forma como ella misma se acomoda a los cambios, diseñando seres tan complejos como la capacidad de entender la razón de todo lo que es y su inicio.
Debo confesar que soy naturalmente existencialista y que no entiendo (aunque respeto) como hay seres que ni siquiera les preocupa descubrir la verdad sobre la razón de su existencia o de comprender la verdad que hay detrás de la cantidad de doctrinas que nos han metido en la cabeza.