domingo, mayo 11, 2008

Septiembre 9 del año en que dejé de respirar

Estoy en la puerta de mi vida y ahora decidirme a entrar o salir no es tan fácil como lo fue hace algunos años, cuando creía en el altruismo de las personas que se fundían en el mundo en el nombre del amor.
Sentado en esta cama doble me doy cuenta que ahora es demasiado pequeña, y que cada vez se encoje más en cuanto más crece el deseo de no querer ni acercármele a la que una vez amé.
Siempre fui paciente, traté de serlo toda la vida, era un convencido de la fuerza de la no violencia y creía en ella como la única forma de lograr la convivencia pacífica, pero este fue mi defecto, porque ella no lo concibió así. Mientras yo soportaba en silencio para no herirla, para evitar pelear, porque había cosas más importantes en la vida, ella aprovechaba cada oportunidad para fulminarme y restregar en mi autoestima cualquier cosa que le molestara de mí.
Era caótica, no podía vivir consigo misma, el simple echo de que aumentara o disminuyera la velocidad del viento era un motivo para que se le amargar el rato o los ratos, porque a cada momento sufría cambios de ánimo, por lo que opté por hablar cada vez menos para así evitar discusiones campales que nunca conducían a nada, porque nada de lo que yo le quería dar a entender lo entendía, cada palabra, cada sonido emitido por mi boca se transformaba velozmente en las intenciones ocultas que su entender prefería.
Cómo me daba rabia que tergiversara mis palabras y le pusiera falsas intenciones a lo que yo decía, pero en vez de violentarme me tornaba como un padre afectuoso o un profesor de preescolar, le explicaba dulcemente que eso no era así, que no tenía intención de herirla, que detrás de mis palabras no se escondían secretas intenciones como ella pretendía, que nosotros los hombres somos simples y directos y que eso de la intriga no iba conmigo, puesto que lo único que pretendía era vivir en paz.
Ahora estoy en el viejo banco de madera en el que solía acumular los libros que me faltaban por leer, tratando de organizar las ideas para no errar en mis decisiones. Hay actos ya realizados que ni con capas de pintura negra se podrían cubrir, estoy enredado en cruces de caminos en donde echar hacia atrás es tan factible como detener el tiempo. Además el amor ya está muerto, muerto.
La ansiedad está comiendo poco a poco lo que aún queda de mi cordura. Siempre me ha atemorizado equivocarme en mis decisiones, y ahora más que nunca necesito la claridad suficiente para ver las consecuencias de mis actos, aunque sinceramente ya no me importa que hecatombe pueda desencadenar.
Otra de las cosas que dinamitaron mi idealismo fue su ciego egoísmo, su pensar que todo lo podía con la plata y esto lo saldaba todo; yo en cambio no me aferraba a esto me preocupaba más ser feliz y me esforzaba porque ella entendiera que la vida era mucho más simple de lo que pensaba y que lo más importante era la realización personal, el desarrollo del individuo, pero sólo le importaba lo que pudiera afectar sus intereses y en esta medida daba su aceptación o su negación, como lo era la mayoría de las veces.
Nunca me entendió, no me comprendió, ahora me siento como un desdichado adolescente diciendo esto. Pasé cada segundo de mi vida hablando del mejoramiento del ser humano en su comportamiento y convivencia, en la necesidad de evolucionar hacia una sociedad libre de ataduras como motor principal en la búsqueda de la felicidad; en la necesidad de corregir los errores en nuestro comportamiento para no seguir metiendo los pies en el mismo charco de inmundicia en el que continuamente andamos; ante esto ella sólo me reprochaba que yo intentara siempre hacer las cosas bien o encontrara la forma correcta de las cosas. A mí en cambio me dolía en mi alma, si es verdad que ella existe, que no le interesara ser mejor persona y que se resistiera al cambio por la simple pereza de esforzar su cerebro a hacerlo o porque como siempre decía: “yo soy así y no voy a cambiar”.
Cuando percibía en la mujer que amé actitudes negativas hacia ella misma y hacia un mejor ser, cuando la escuchaba decir que ella no iba a cambiar, cuando sus reproches se basaban en cosas pasadas superadas y que ella no tienen lugar ni existencia, yo sentía como si me propinara un tiro en medio de mis ojos.
Este último pensamiento materializó imágenes en mi cabeza y retumba en mis oídos la voz del poeta maldito gritando: “deseo, angustia, sangre y desamor”. Lo que más me duele, no se si en mi ego o en la decepción, es que muchas personas que revoleteaban a mi alrededor entendieran el objetivo de ser mejores y que en ella eso se convirtiera en rabia porque no podía soportar que le dijeran que estaba equivocada y este era su mayor egoísmo, era ciega para reconocer sus errores, sorda e irreflexiva ante los consejos o sugerencias y testaruda al negarse a cambiar o simplemente a decidir ser mejor, no le importaba que yo tuviera que convivir con su imposible convivencia, pero si me saltaba al cuello cuando era yo quien cometía un error que a ella específicamente le molestara.
Era egoísta porque pretendía que se le aceptara y se le soportara su complicada forma de ser, mientras lapidaba a cualquiera que actuara de forma contraria a lo que ella convenía.
Aparto la idea del arma que guardo en el segundo cajón de mi mesa de noche, en este cuarto tengo todo lo que construí y me construyó, y me dolería que se conservara en unas manos que nunca entendió nada ni valoró la importancia de esto en un mejor vivir. Que estuviera en poder de una persona a la que lo único que le interesaba era lo que deambulara a su alrededor; una persona que siempre creyó que todo tenía un trasfondo de maldad y que nadie podría hacer algo realmente de corazón por otra persona; una mujer para la que no existió nunca los actos de corazón noble, las acciones desinteresadas, por eso creo que lo mejor es desaparecer con todo lo que hay en mi entorno y dejarle esta carta para ver si de una vez por todas logra entender que el mundo se gana con simplicidad y buena actitud, y que ahora después de esto el cambio es demasiado tarde. Aunque me llenaría de satisfacción si esto sirve para que aprenda ser feliz y convivir con el aire que respira.
Se que se dice mucho acerca del suicidio, y la cobardía que representa y bla, bla bla… también se que hay quienes dicen que no vale la pena fijar nuestra vida en otra persona, ni volverla dependiente, pero cuando se conoce el núcleo de la desesperación el autoestima y todo lo demás no le hace frente, la desesperación viene con el miedo, con el desengaño, con la frustración, con la impotencia.
Ante la desesperación no encuentro como pelear, ya ha destrozado todo lo que fui, llenó de minas las ilusiones que me llevaron a su lado. Llenó mis esperanzas con promesas que se olvidaron y desaparecieron apenas me le entregué sin más condiciones que vivir como lo habíamos dispuesto, pero no acabó conmigo y con todo lo que yo esperaba de ella, ya nada me importa, sólo soy confusión en mis delirios.
Me levantaré por fin de este banco, no a buscar el arma cargada de decepción de mi nochero, sino el tanque de gasolina que reposa detrás de la puerta de entrada a este oscuro y silencioso cuarto, con la cual espero incinerar mi corazón adolorido para que arda nuevamente ya que no volverá a arder de amor.

Septiembre 9 del año en que dejé de respirar.




Arturo Eladar B. Deveriux

3 comentarios:

Karim K dijo...

Me cae como al anillo al dedoa esto... porque tambien conozco a alguien que cree que nadie puede hacer buenas acciones sin cobrar algo a cambio y ya no se como mostrarle lo contrario.

Anónimo dijo...

Un relato como tus escritos, acogedor y entretenido. Recuerdo un profe que decía, si puedes ayudarle a alguien que quieres a salir adelante, inténtalo, pero si después de tratar y no encontrar respuesta positiva, alejate de ella porque será tu perdición. Ese 9 de septiembre no murió nadie, renació.

Un abrazo apreciado Tour!

Un abrazo

betotosto dijo...

Un abrazo maese Tuor, espero que se encuentre renovado.