Como mencioné en mi anterior visita a este puerto virtual, ando en una nueva aventura, al separarme del núcleo de la madre para enfrentarme al mundo con mi nueva familia. Por mi parte ya estaba acostumbrado a vivir lejos de la Casa, desde niño afronté la separación al irme a estudiar lejos, pero la diferencia ahora es que lo hago con mi propia familia.
Continúo trabajando en Nurtamnalondë, el Puerto Escondido, y mi mudanza trajo consigo el romper con el exilio semanal al que me sometía cuando partía todos los lunes para regresar la noche de los viernes.
Este año los viajes son diarios y para eso adquirí una motocicleta, aunque no es de mi agrado poseer maquinas de este tipo. Con ella estoy viajando diariamente hacia el Valle del Silencio (Dininlad), una hora y quince minutos de viaje continúo para llegar allá, a lo largo de la carretera principal, luego un desvío hacia la derecha por una carretera menor y posteriormente otro desvío hacia la derecha por una trocha destapada y ondulada a través de fincas para llegar rápido y acortar camino.
Ya se le desvalvuló el neumático a la moto, llovió en el camino y fui víctima de los estragos del barro, pero poco a poco me he ido acostumbrando a esa moto que se ha convertido en mi nuevo barco para navegar por esas tierras que tanto me enamoran.
Ahora me preocupa la situación de mi departamento, lleno de dos grupos que siguen armados tratando de pelearse entre sí el dominio de estas tierras, tratando de hacerle creer a la población que ellos son una organización que pretende proteger a la sociedad, cuando es de ellos de quien necesitamos que nos protejan.
Las autoridades del estado (Ejército – Policía) se cruzan con ellos en las tiendas, los cafés, las esquinas… y nada pasa. Las personas de los pueblos, los profesores, mototaxistas, choferes y hasta el cura saben quienes son, y les permiten que se sigan fortaleciendo inculcando el miedo en el ciudadano que no tiene como defenderse.
Y ellos ganando terreno y asesinando en el nombre de lo correcto de la mano de lo incorrecto, ignorando el poder en manos del pueblo y depositado en el Estado.
Hacen retenes y piden papeles y explicaciones al ciudadano acerca de sus rutas, andares y pensamientos, como si no fueran suficientes con el que hacen la Policía y el Ejército, quienes no se cruzan o no se pisan los cables con los armados ilegales.
Y nosotros en el medio, aunque tengo que agradecerle al Único que aún en mis ires y venires no me los he encontrado ni en la vuelta de una curva, aunque no se si ya ellos se hayan percatado de la moto negra con azul que todas las tardes cruza las tierras onduladas con total Libertad.
Continúo trabajando en Nurtamnalondë, el Puerto Escondido, y mi mudanza trajo consigo el romper con el exilio semanal al que me sometía cuando partía todos los lunes para regresar la noche de los viernes.
Este año los viajes son diarios y para eso adquirí una motocicleta, aunque no es de mi agrado poseer maquinas de este tipo. Con ella estoy viajando diariamente hacia el Valle del Silencio (Dininlad), una hora y quince minutos de viaje continúo para llegar allá, a lo largo de la carretera principal, luego un desvío hacia la derecha por una carretera menor y posteriormente otro desvío hacia la derecha por una trocha destapada y ondulada a través de fincas para llegar rápido y acortar camino.
Ya se le desvalvuló el neumático a la moto, llovió en el camino y fui víctima de los estragos del barro, pero poco a poco me he ido acostumbrando a esa moto que se ha convertido en mi nuevo barco para navegar por esas tierras que tanto me enamoran.
Ahora me preocupa la situación de mi departamento, lleno de dos grupos que siguen armados tratando de pelearse entre sí el dominio de estas tierras, tratando de hacerle creer a la población que ellos son una organización que pretende proteger a la sociedad, cuando es de ellos de quien necesitamos que nos protejan.
Las autoridades del estado (Ejército – Policía) se cruzan con ellos en las tiendas, los cafés, las esquinas… y nada pasa. Las personas de los pueblos, los profesores, mototaxistas, choferes y hasta el cura saben quienes son, y les permiten que se sigan fortaleciendo inculcando el miedo en el ciudadano que no tiene como defenderse.
Y ellos ganando terreno y asesinando en el nombre de lo correcto de la mano de lo incorrecto, ignorando el poder en manos del pueblo y depositado en el Estado.
Hacen retenes y piden papeles y explicaciones al ciudadano acerca de sus rutas, andares y pensamientos, como si no fueran suficientes con el que hacen la Policía y el Ejército, quienes no se cruzan o no se pisan los cables con los armados ilegales.
Y nosotros en el medio, aunque tengo que agradecerle al Único que aún en mis ires y venires no me los he encontrado ni en la vuelta de una curva, aunque no se si ya ellos se hayan percatado de la moto negra con azul que todas las tardes cruza las tierras onduladas con total Libertad.