Sentado en mi casa continuo el relato que inicié en la mañana del domingo, el segundo día de viaje. Desde la tranquilidad del cuarto ya puedo decir calmadamente que el miedo a veces es mejor esconderlo y no transmitirlo, sería uno de los causantes del caos.
De los cuatro hay dos que no son amigos del miedo, creo que podrían entrar en pánico, por lo menos tengo le seguridad que uno de ellos si, ya lo ha demostrado. La primera noche mientras estábamos en la fogata se comenzaron a escuchar ruidos alrededor del campamento.
A lo largo de la playa, a la derecha e izquierda del árbol que nos sirvió de guarida, se extiende un tupido monte compuesto por entretejidas plantas altas de hojas verdes y con tallos recubiertos de espinas, difíciles de atravesar para un humano o una vaca; esta secuencia sólo es interrumpida por la salida de varios arroyos que bajan de la montaña ubicada detrás de la playa, arroyos que por el bienestar de nosotros no se llenaron, porque de haber sido así hubiera arrastrado con todo el campamento.
Es impresionante la fuerza que estos toman cuando llueve fuertemente, bajan por los cerros arrastrando todo lo que encuentra a su paso, sin importar el peso de lo que se encuentre en el camino. Este fue el temor que se me despertó en la madrugada cuando sentí que caía un sereno.
Pero ya había habido otro temor antes, mientras estábamos alrededor de la fogata, recostados en dos troncos que habíamos colocado alrededor de ella, se escuchó un ruido detrás de los matorrales que separaban la playa de la montaña, era sigiloso y espaciado, nos levantamos los cuatro a observar y con las escasas linternas que había, alumbramos el sitio de donde provenía el ruido, pero no divisábamos nada.
Con la esperanza que fuera algún pequeño animal, dado el poco ruido que emitía al pasar por las marañas de matorrales nos acostamos un poco más tranquilos sobre la arena viendo la fogata. Después vimos como un perro atravesaba la parte baja del árbol en el cual acampábamos, me imagino que husmeando la comida que habíamos llevado y que no encontró, porque debía aprender a trepar árboles para poder hacerlo.
Ese segundo día mientras yo escribía la primera parte de este relato, mi compañero de carpa se levantó y se dirigió al mar a intentar pescar por segunda vez sin ningún éxito, mucho rato después se abrió la puerta de la segunda carpa y salió el tercero de nosotros, y al poco tiempo después el último, el más bajo del grupo a quien llamábamos en confianza el ‘Perro Sinconciencia’, se fue directo al mar y se lavó la cara, regresó al campamento, sacó una vara y se fue a deambular por la playa, hasta donde no se pudo ver caminando su camiseta azul cielo.
Los tres que quedamos, el ‘Perro Sinverguenza’, el ‘Perro Vagabundo’ y yo decidimos por primera vez meternos en el mar e inspeccionar su estado, no queríamos piedras debajo ni algas que pudieran traer medusas o aguas malas. Al contrario de esto encontramos una playa pareja con olas que superaban los 3 metros de alto, y que nos permitió nadar hasta el cansancio.
El día pasó completamente tranquilo, con baños en el mar, las respectivas cocinadas y un poco de lectura Guevarista en mi caso. Antes de medio día ‘Sinverguenza y ‘Vagabundo’ fueron al pueblo, Aranlavino, a comprar más agua que ya se nos había agotado, además de pan, plátanos y una ollita para poder preparar café, el único caldero que llevábamos estaba sucio de grasa y yo me resistía a usarlo, contrario a como lo hizo el ‘Che’ en Bolivia en los últimos días antes de morirse, se tomó un café amargo y grasoso en sus excursiones en el monte, por la falta de una segunda olla.
Y en la tarde ‘Vagabundo’ y yo caminamos por las pajas de la extensa finca ubicada detrás de nosotros, buscando pájaros para comer. Esto demostró qué poco teníamos de cazadores, ya los anzuelos se habían perdido en el mar llevándose consigo las ganas de comer pescado asado, de la misma forma gastamos nuestras provisiones de piedras para la cauchera, arrastrando consigo la ilusión de comer ave asada, por lo que nos conformamos con asar plátanos maduros con queso en la fogata durante la última noche de entrega a la naturaleza, en un cielo más despejado y lleno de estrellas, en una playa iluminada por una luna creciente que estuvo más resplandeciente que la noche anterior.
Fue una noche más callada, para mi interior pensaba que habíamos contado con suerte y aún nada que pudiera violentarnos había aparecido, pensaba en los grupos al margen de la ley y que posiblemente, si patrullaban la zona ya deberían saber que estábamos ahí.
También rondaba en mi cabeza el problema de la libertad de pensamiento e ideología, que aunque era protegido por la Constitución, el pueblo no lo tiene en cuenta, y mientras el chismorreo popular te critica, destroza y daña tu honra (esto me parece causa de la ignorancia, y no es sólo ignorante quien no hace una carrera universitaria) hay quienes a fuerza de armas te juzgan, y en un país en donde la extrema derecha decide quien es guerrillo o izquierdista basándose en sus escasos conocimientos de las cosas, tener un libro sobre la vida y obra del Che Guevara en una tierra en donde hay grupos de bandoleros que una vez pertenecieron a las Autodefensas, no era nada tranquilizante, pero repito preferí creer en la Colombia que sueño, y en la posibilidad más delante de vivir en un mundo sin cercas.
Fue una noche más tranquila, calmada, con pequeños arranques de euforia para disipar el sueño y la pereza. Nadamos un rato en la noche bajo el resplandor de la luna y cuando todo lo que había que beber y comer se acabó nos fuimos a descansar o a intentar eso antes de levantarnos supuestamente a las 5:00 de la madrugada. Deje casi todo empacado y saqué los tenis que había llevado de repuesto, los otros sacaron la mano.
Esa noche sentí nuevamente la textura irregular de la tierra debajo de las dos hamacas y el suelo de la carpa, dejándome la parte alta de la espalda adolorida al día siguiente, cuando casi a las 5:30 de la mañana nos levantamos a terminar de recoger todo y luego iniciamos la marcha silenciosa hacia Aranlavino, en donde solamente puedes tomar dos buses antes de 7:00 de la mañana y ninguno de los dos alcanzamos, por lo que en cuatro motos hicimos el viaje de vuelta hacia Nurtamnalondë, recogiendo los pasos y grabando por última vez los paisajes recorridos a pie.
De los cuatro hay dos que no son amigos del miedo, creo que podrían entrar en pánico, por lo menos tengo le seguridad que uno de ellos si, ya lo ha demostrado. La primera noche mientras estábamos en la fogata se comenzaron a escuchar ruidos alrededor del campamento.
A lo largo de la playa, a la derecha e izquierda del árbol que nos sirvió de guarida, se extiende un tupido monte compuesto por entretejidas plantas altas de hojas verdes y con tallos recubiertos de espinas, difíciles de atravesar para un humano o una vaca; esta secuencia sólo es interrumpida por la salida de varios arroyos que bajan de la montaña ubicada detrás de la playa, arroyos que por el bienestar de nosotros no se llenaron, porque de haber sido así hubiera arrastrado con todo el campamento.
Es impresionante la fuerza que estos toman cuando llueve fuertemente, bajan por los cerros arrastrando todo lo que encuentra a su paso, sin importar el peso de lo que se encuentre en el camino. Este fue el temor que se me despertó en la madrugada cuando sentí que caía un sereno.
Pero ya había habido otro temor antes, mientras estábamos alrededor de la fogata, recostados en dos troncos que habíamos colocado alrededor de ella, se escuchó un ruido detrás de los matorrales que separaban la playa de la montaña, era sigiloso y espaciado, nos levantamos los cuatro a observar y con las escasas linternas que había, alumbramos el sitio de donde provenía el ruido, pero no divisábamos nada.
Con la esperanza que fuera algún pequeño animal, dado el poco ruido que emitía al pasar por las marañas de matorrales nos acostamos un poco más tranquilos sobre la arena viendo la fogata. Después vimos como un perro atravesaba la parte baja del árbol en el cual acampábamos, me imagino que husmeando la comida que habíamos llevado y que no encontró, porque debía aprender a trepar árboles para poder hacerlo.
Ese segundo día mientras yo escribía la primera parte de este relato, mi compañero de carpa se levantó y se dirigió al mar a intentar pescar por segunda vez sin ningún éxito, mucho rato después se abrió la puerta de la segunda carpa y salió el tercero de nosotros, y al poco tiempo después el último, el más bajo del grupo a quien llamábamos en confianza el ‘Perro Sinconciencia’, se fue directo al mar y se lavó la cara, regresó al campamento, sacó una vara y se fue a deambular por la playa, hasta donde no se pudo ver caminando su camiseta azul cielo.
Los tres que quedamos, el ‘Perro Sinverguenza’, el ‘Perro Vagabundo’ y yo decidimos por primera vez meternos en el mar e inspeccionar su estado, no queríamos piedras debajo ni algas que pudieran traer medusas o aguas malas. Al contrario de esto encontramos una playa pareja con olas que superaban los 3 metros de alto, y que nos permitió nadar hasta el cansancio.
El día pasó completamente tranquilo, con baños en el mar, las respectivas cocinadas y un poco de lectura Guevarista en mi caso. Antes de medio día ‘Sinverguenza y ‘Vagabundo’ fueron al pueblo, Aranlavino, a comprar más agua que ya se nos había agotado, además de pan, plátanos y una ollita para poder preparar café, el único caldero que llevábamos estaba sucio de grasa y yo me resistía a usarlo, contrario a como lo hizo el ‘Che’ en Bolivia en los últimos días antes de morirse, se tomó un café amargo y grasoso en sus excursiones en el monte, por la falta de una segunda olla.
Y en la tarde ‘Vagabundo’ y yo caminamos por las pajas de la extensa finca ubicada detrás de nosotros, buscando pájaros para comer. Esto demostró qué poco teníamos de cazadores, ya los anzuelos se habían perdido en el mar llevándose consigo las ganas de comer pescado asado, de la misma forma gastamos nuestras provisiones de piedras para la cauchera, arrastrando consigo la ilusión de comer ave asada, por lo que nos conformamos con asar plátanos maduros con queso en la fogata durante la última noche de entrega a la naturaleza, en un cielo más despejado y lleno de estrellas, en una playa iluminada por una luna creciente que estuvo más resplandeciente que la noche anterior.
Fue una noche más callada, para mi interior pensaba que habíamos contado con suerte y aún nada que pudiera violentarnos había aparecido, pensaba en los grupos al margen de la ley y que posiblemente, si patrullaban la zona ya deberían saber que estábamos ahí.
También rondaba en mi cabeza el problema de la libertad de pensamiento e ideología, que aunque era protegido por la Constitución, el pueblo no lo tiene en cuenta, y mientras el chismorreo popular te critica, destroza y daña tu honra (esto me parece causa de la ignorancia, y no es sólo ignorante quien no hace una carrera universitaria) hay quienes a fuerza de armas te juzgan, y en un país en donde la extrema derecha decide quien es guerrillo o izquierdista basándose en sus escasos conocimientos de las cosas, tener un libro sobre la vida y obra del Che Guevara en una tierra en donde hay grupos de bandoleros que una vez pertenecieron a las Autodefensas, no era nada tranquilizante, pero repito preferí creer en la Colombia que sueño, y en la posibilidad más delante de vivir en un mundo sin cercas.
Fue una noche más tranquila, calmada, con pequeños arranques de euforia para disipar el sueño y la pereza. Nadamos un rato en la noche bajo el resplandor de la luna y cuando todo lo que había que beber y comer se acabó nos fuimos a descansar o a intentar eso antes de levantarnos supuestamente a las 5:00 de la madrugada. Deje casi todo empacado y saqué los tenis que había llevado de repuesto, los otros sacaron la mano.
Esa noche sentí nuevamente la textura irregular de la tierra debajo de las dos hamacas y el suelo de la carpa, dejándome la parte alta de la espalda adolorida al día siguiente, cuando casi a las 5:30 de la mañana nos levantamos a terminar de recoger todo y luego iniciamos la marcha silenciosa hacia Aranlavino, en donde solamente puedes tomar dos buses antes de 7:00 de la mañana y ninguno de los dos alcanzamos, por lo que en cuatro motos hicimos el viaje de vuelta hacia Nurtamnalondë, recogiendo los pasos y grabando por última vez los paisajes recorridos a pie.