Tiempo después durante algunos programas televisados en los que se destacan la herencia cultural de los llamados afrodescendientes, esas personas cuyos ancestros fueron arrancados de África, dejando detrás la familia, posesiones y una vida propia; llevando consigo una cultura, la que al verse atacada por imposiciones de los más fuertes, se transforma en fusiones maravillosas que desembocan en los aportes de quienes quedaron en el trópico americano: mapalés, bullerengues, cumbias, champetas; como el blues del Missisipi y el jazz de norte América.
¿Cómo se sentirá el saber que todo lo que eres viene de una raza del otro lado del mar, de una tierra madre – África – que ni siquiera conoces?
Posteriormente en mis eternas lecturas me encontré con la historia de un poeta colombiano medio árabe, de padres nacidos en este país de contradicciones, quien constantemente rememoraba su abuela nacida en Estambul, en una ciudad llena de personas que en cuyos genes cargan un enorme cruce cultural, creo que uno de los más grandes junto con el de nosotros los latinos.
En dicha lectura, el medio árabe junto a su hermano, hablaban de lo sultanes de la Mil y Una Noche, sintiéndolos más cercanos a ellos, a su sangre, a sí mismos, de lo que yo los sentí cuando leí el libro.
Uno de esos fines de mañana, cuando regularmente salgo a bañarme antes de ir al trabajo, retomé todos esos pensamientos y los hilé, y mientras sobaba el jabón espumoso por mis brazos miré mi piel mestiza y nació esa incertidumbre por mi raza, por esos dolores acumulados, de no se cuanto porcentaje de “sangre negra” que corre en mi; por la sangre blanca que lejos de enorgullecerme me entristece, a causa de las barbaries y los abusos a los que sometieron a esa raza indígena que me duele, a la que se maltrató y robó, a la que se ultrajó y en muchos sitios acabaron.
Pese a esa vergüenza ajena que cargo con la “sangre española”, pienso en ese cruce que trae consigo esos europeos. Esa mezcla de celtas – romanos – griegos – germanos – visigodos – íberos – moros - judíos y francos cuando entraron entonces en aquella lejana iberia.
Moros, turcos, árabes, persas, otomanos, musulmanes, no lo se, para nosotros, en nuestro entorno cultural y generalizador, son una misma colada; de ellos tengo herencia en cuarto grado por línea materna, y que por esas “tramoyas” propias de la política colombiana, no sólo se perdió el apellido, sino la herencia cultural, que de la sangre nunca queda ausente.
Soy mestizo, latinoamericano, y con mi sangre corre contradicción. Un corazón que retumba al ritmo de los tambores africanos, al son de los latidos de la madre África; una pasión indígena por la tierra, y por el animismo del cosmos que contiene la naturaleza; y una eterna ensoñación por las civilizaciones de las que heredé toda mi cultura y el hambre por el mundo.
Soy quien se siente con derecho al reclamar al mundo como un solo espacio sin frontera y de libre tránsito, físico y mental. Alguien para quien no se puede desconocer esa responsabilidad que adquirimos con los códigos biológicos que nos forman, aquellos que no podemos evitar y que de forma inconsciente nos definen en nuestra esencia y en nuestra forma.
2 comentarios:
excelente publicacion.
me gusto mucho.........
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